La verdad, cuando niña no alcanzaba a dimensionar el amor que había detrás de su labor. Quizás porque sentía que era algo rutinario para ella. Pero hoy que la recuerdo tejiendo mis zapatillas, pienso que eran algo más que unas zapatillas que le hubiesen podido tomar unas horas de trabajo. Eran una parte de ella que iba de vueltas con nosotros a casa. Y eso la debe haber hecho sentir muy felíz.
Cada punto y cada hebra que tejemos a quienes queremos es mucho más que un montón de hilo con forma, es una parte nuestra que quiere irse junto a nuestros hijos y nietos. ¡Ahora lo entiendo!